Los policías les decían a los manifestantes: “Ándale, vente. ¡No te atreves!”
Por Darwin Franco
Una lista en manos de un prepotente funcionario es lo que separa a los detenidos de sus familiares, éste sin mucho tacto decide quién entra y quién no. Enfundado en su playera del Barcelona (y jactándose de que él tiene 22 años y no anda haciendo desmanes) éste personaje va tachando el nombre de los 25 jóvenes detenidos que ya han sido visitados por sus familiares en las instalaciones que la Procuraduría General de Justicia de Jalisco (PGJ) tiene en la Calle 14 de la Zona Industrial. Sólo se permite una visita por día.
Estos jóvenes adherentes y no al Movimiento #YoSoy132 fueron detenidos ayer (01/12/12) con lujo de violencia a las afueras de la Feria Internacional del Libro (FIL), pues de acuerdo a la Secretaría de Seguridad Pública de Jalisco éstos alteraron el orden público y causaron diversos daños y destrozos, principalmente en las instalaciones del PRI y Televisa en el estado. Se especula que las denuncias fueron presentadas por éstos.
Sin embargo, la detención que -pudo ser en flagrancia- no se realizó en esos lugares a pesar de que la policía acompañó todo el tiempo el peregrinar de la marcha. Quizá se pensó que podrían cometer más agravios y se les dejó llegar hasta la FIL donde ya los esperaba un fuerte operativo policíaco conformado por granaderos, patrullas y vallas que impedían el paso por la Avenida Mariano Otero en su cruce con Avenida de las Rosas.
Ahí comenzaron las provocaciones de los policías quienes les decían a los manifestantes: “Ándale, vente. ¡No te atreves!”, como precisa Rodrigo Cornejo integrante del #YoSoy132. Al final los que se les dejaron ir fueron los policías, los cuales con total abuso de la fuerza pública (y con especial lujo de violencia contra las ocho jóvenes detenidas) golpearon y detuvieron a cuanto manifestante pudieron. Primero a los que protestaban frente a ellos, pero después sistemáticamente fueron cazando a todo aquel que vieron correr y a quien osó impedir la golpiza a otro de los manifestantes.
27 detenidos, dos de ellos menores de edad, fue el saldo de un operativo desmedido y violento que buscó evitar que estos “vándalos” hicieran los mismos desmanes que esa mañana habían ocurrido en el Distrito Federal. Llevados a las fuerza en camionetas del Grupo Lobos de la Policía de Guadalajara, estos jóvenes fueron trasladados a distintos Ministerios Públicos, pero no fue hasta ya entrada la noche que todos fueron llevados a las instalaciones que la PGJ tiene en la Calle 14.
Ahí se liberó, pero después de varias horas, a los dos menores de edad que formaban parte de este grupo de vándalos como se les etiquetó oficial y mediáticamente.
No obstante, 25 son los que aún se encuentran detenidos, 17 hombres y 8 mujeres. Éstos pasaron la noche soportando el frío que hace en las instalaciones de la PGJ y separados en tres grupos han tenido que aguardar a que se conforme la averiguación previa para saber exactamente de qué se les acusa. Aunque el cargo que se deja ver en la lista del funcionario que define la visita tiene después de sus nombres la palabra: “Daños”.
A las afueras de la PGJ, familiares, amigos y compañeros de distintas organizaciones esperan noticias, pero estás no llegan como tampoco fluyó la ayuda de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, en la cual muchos de los manifestantes golpeados (pero no detenidos) presentaron sus quejas la noche del 1 de diciembre. A la Comisión se le pidió de manera urgente que mandara a su personal para revisar el estado de salud y las lesiones de los detenidos (y con ello levantar un parte médico), pero la respuesta siendo medio día del domingo 2 de diciembre es que “no tienen personal”.
Los familiares visiblemente cansados esperan noticias de los abogados que llegaron por la mañana para saber cuál era el estatus jurídico de los detenidos y para saber de sus propias bocas: cómo estaban y si no habían continuado las agresiones. “Todos están bien” fue lo expresado por éstos y rápidamente se organizó la entrada de los familiares en grupos de cuatro. El espacio no da para más y el hombre de la lista tampoco lo permite.
Así fueron pasando todos los familiares para dar constancia de los golpes aún visibles y de la incertidumbre de no saber qué va a pasar, muchos de ellos no tienen idea de qué cargo les imputarán a sus hijos aunque todos saben que se está creando (aún si las pruebas no dan) paquetes de delitos; es decir, algunos saldrán sin pagar fianza con el clásico “usted disculpe”; otros serán acusados de daños a las instalaciones, ya sean las del PRI o las de Televisa; pero lo más preocupante serán aquellos que se tomen como “chivos expiatorios”, ya que se les quiere acusar de “vandalismo y lesiones a la autoridad”.
Ese es el caso de José de Jesús Montes Flores, a quien se el acusa de dañar una unidad de policía o de otros dos detenidos (no se tienen aún confirmados sus nombres), a quienes los cuatro policías heridos han señalado como sus agresores.
Los separos…
El hombre de la lista sale y habla con la abogada, le informa que hay cuatro jóvenes que no han recibido visita y le solicita que les diga a los familiares que pasen. Sin lazo familiar directo pero con la solidaridad, de quien acompaña en las buenas y en las malas, cuatro voluntarios nos apuntamos para darles ánimos y noticias.
El hombre de la lista fue severo y al final sólo dejó que pasáramos tres. La vigilancia es extrema y la percepción de quienes están dentro también lo es, pues al preguntarnos a quién visitábamos la expresión era brutal: “Vienen a ver a esos”, seguido de la expresión del “ustedes ahí andan pidiendo que se respeten las leyes y lo primero que hacen es violarlas”, refiriéndose a la manera en que queríamos entrar a ver a los detenidos.
Nos hizo pasar por un pasillo donde diversos funcionarios nos veían con una cara de sospecha, en su expresión se asumía que nosotros también estábamos de quejosos en las calles y que ahora no teníamos más remedio que “meter la cola entre las patas” y venir aquí a sus territorios a visitar quienes trasgredieron el orden público.
Entramos en una oficina que retrata fielmente el imaginario social de un Ministerio Público, un hombre con una pila de papeles y un trajeado de bigote al cual firmó y autorizó las papeletas para que pasáramos a los separos. Nunca nos volteó a ver.
Entregó los permisos a un segundo funcionario quien también hizo énfasis en el carácter de los detenidos: “Vienen a ver a estos jovencitos”. Descendimos hasta un cuarto donde estaban cuatro cabinas, tomamos asiento y esperamos a que trajeran a nuestros compañeros. El hombre de la lista no se nos despegó y se encargó de estar al pendiente de las conversaciones. Luego de diez minutos salieron Juan Pedro, Luis Armando y Sergio.
Visibles en ellos eran los golpes y el desánimo de toparse con una realidad que no sólo es más dura sino también más violenta. Se sentaron frente a nosotros y pidieron que nos comunicáramos con sus familiares. Yo platique con Juan Pedro, quien siempre ha sido una persona alegre, pero a la cual ahora le costaba trabajo esbozar la sonrisa y reiteradamente decía que “estaba bien” aunque sus brazos daban cuenta de los golpes y los jaloneos.
A él junto con Alfredo Romero y Ángel García los agarraron cuando auxiliaban a un hombre que cayó y se hirió una pierna. Los detuvieron porque en el frenesí decidieron detenerse y ayudar. La agresión fue artera recuerda Juan Pedro, pero lo que más le importaba era darme el teléfono de su casa para avisar a sus padres que está bien, pero no pide que les diga nada más porque lo único que sabe es que los tendrán ahí 48 horas más. Ellos ingresaron formal y jurídicamente a las 4 de la mañana del 2 de diciembre; no obstante, fueron detenidos alrededor de las cinco de la tarde del día primero.
La charla duró menos de diez minutos, el celador marcó el tiempo y el hombre de la lista pidió que nos saliéramos de la sala. Nos levantamos y en el intercambio de miradas nos hicimos saber que estábamos ahí y que afuera había muchos más que esperaban su liberación. Ellos esbozando una sonrisa agradecieron la visita, pero todos sabíamos que en nuestros ojos había un rastro de la esperanza que nos ha llevado a buscar un cambio. Aunque todos sabemos el tamaño del golpe.